Por casi mil años los reyes gobernaron por derecho divino. Dios elegía a la realeza, y por ende tenían el poder de ejercer su voluntad sobre el resto de los creyentes.

Lo interesante es que durante el período en que éste era el paradigma predominante (el medioevo), el acceso al conocimiento era algo reservado sólo para los poderosos. La gran mayoría de los monjes copistas no sabían leer ni escribir, tan sólo copiaban los símbolos que veían. Por esto, el acceso al contenido y por ende la interpretación de lo escrito, quedaba en manos de los sacerdotes, obispos, y nobles literatos.

Por suerte para la humanidad, alrededor del año 1440, un tal Gutenberg terminaría de perfeccionar una tecnología para cambiar la historia por siempre: la imprenta. Las consecuencias que tuvo este descubrimiento fueron mucho más allá que simplemente llevar el acceso a los libros a las masas. Una vez que la iglesia y los nobles perdieron el monopolio sobre el conocimiento, cualquiera podía instruirse e interpretar a su modo lo leído. No sorprende que cerca del año 1520, Martín Lutero haya impulsado la Reforma Protestante aludiendo a que la salvación estaba explicada en la Biblia y que ésta era lo único necesario para entender a Dios, oponiéndose al sacerdotalismo dominante. Y la Reforma, como sabemos, llevó a que cierto rey se peleara bastante con el Papa. La Iglesia perdía poder al perder la llave de la verdad, y sus vínculos con el poder político se debilitaban. Así, una tecnología que llevó el acceso al conocimiento a las masas terminó causando los orígenes de la separación entre la iglesia y el Estado.

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Hoy en día se está dando un proceso análogo. Claro que, como es característico de nuestra era, el proceso será abrumadoramente más rápido. Hasta hace pocos años, no existía pensar en una moneda sin un Estado detrás. Desde hace siglos, todas las monedas de uso corriente eran impulsadas por los gobiernos para posibilitar la actividad económica dentro de un territorio.

Conocemos muchas consecuencias negativas de la unidad Banco-Estado. Las políticas monetarias de emisión de moneda suelen causar una inflación vertiginosa que hace que el valor del dinero se nos escape de las manos, por dar un ejemplo.

Pero de las misteriosas manos de Satoshi Nakamoto, se hizo el Bitcoin. Una moneda digital que nos permite efectuar transacciones económicas sin necesidad de una autoridad central dándonos una palmada en la espalda. Por siglos los bancos tuvieron el monopolio sobre el sistema financiero. Hoy en día Bitcoin desafía esta noción. Democratiza el acceso a un medio de intercambio económico. Ya no necesitaremos de los bancos. De a poco irán perdiendo poder y su unión íntima con el estado será cuestionada más y más. ¿Cuánto tiempo más hasta que surja el Lutero del sistema financiero?

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Hoy es difícil imaginar una moneda legítima que no esté respaldada por un Estado. Es difícil entender un mundo en el que los Estados y los bancos no actúen en beneficio mutuo sin entender las necesidades de todos. Es difícil pensar en un futuro en donde se haya abolido el monopolio del estado sobre el suministro monetario. Pero hace 5 siglos era difícil imaginar una autoridad religiosa sin poder político. Era difícil pensar en un rey que actuara en contra del Papa, o un sacerdote sin autoridad filosófica.

Pero de la misma forma que la imprenta dejó obsoleta a la Iglesia como única fuente de verdades y diseminación de conocimiento escrito, Bitcoin dejará obsoletos a los bancos como única puerta a la actividad económica. Y creo que va a ser para mejor de todos…